Es muy fácil arrepentirse de noche,
cuando todo está en completo silencio y todo y todos están
durmiendo. Cuando incluso los pubs de la ciudad están cerrando las
puertas, porque solo quedan un par de borrachos, que van a salir del
local a trompicones buscando otra fiesta, hasta encontrar un portal
en el que dormir la mona hasta la mañana siguiente, y entonces la
quietud va a inundar la noche, solo cortada por el ruido de una
sirena lejana, hasta que salga el sol dando comienzo de nuevo a la
rutina.
Es muy fácil arrepentirse a esas
horas. Es muy fácil echar de menos a alguien. ¿Por qué no le pedí
que se quedara? ¿Por qué no le dije como me sentía? ¿Por qué no
le demostré que le quería? ¿Por qué no luché más? Y un sin fin
más de por qués sin respuesta que te atormentan hasta tal punto que
ni te das cuenta de la hora que es. También es muy poético, y qué
bien se escribe de noche, cuando nadie te molesta.
La cosa es, que yo no te pienso de
noche (que también). Pienso en ti a las 8:30 de la mañana, mientras
me abro paso entre un mar de gente para llegar a clase y me empujan
de un lado a otro porque ya no quedan personas consideradas en el
mundo, y pienso en ti a las dos de la tarde, cuando estoy comiendo
con más gente y mi cabeza no debería estar a tu lado; y pienso en
ti otra vez a las 6, porque sí. Porque es muy fácil pensar cuando
no se puede hacer nada más, pero yo siempre encuentro sitio para ti.
Aunque tu no lo hagas. Como nunca lo hacías, como probablemente,
nunca lo harás.
Y también te echo de menos, cuando
alguien usa alguna de tus expresiones, o cuando bromeo con algo que
solo tu entenderías, y sonrío para mí, porque sé que nadie más
va a pillarlo. Te echo de menos cuando echan tu serie favorita, y te
echo tanto de menos que a veces incluso puedo imaginarme qué
opinarías de cualquier cosa si estuvieras allí.
Me he arrepentido hoy, a las 7 de la
tarde, de no haberte abrazado ese día que probablemente fuera el
último, aunque no lo recuerde demasiado bien. De mi manía de
tragarme las palabras y los sentimientos hasta que no me dejan
respirar, y de escribirte después. Porque siempre te escribo, que ya
no sé como no hacerlo, ya no sé como no esconderte en mis palabras,
si cuando me doy cuenta estás ahí. Y me he arrepentido de seguir
deseando que algún día tú te arrepientas de no haberte quedado, de
no haberme mantenido a tu lado. Aunque sean las tres de la madrugada
y no tengas nada mejor que hacer.
-Marie G
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